CÉSAR
MILSTEIN
8
DE OCTUBRE DE 1927 – 24 DE MARZO DEL 2002
Por
Elena Luz González Bazán especial para Villa Crespo
Digital
27
de octubre del 2015
Nació
en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre
de 1927 y es considerado uno de los científicos argentinos
de mayor prestigio a nivel internacional.
En
1984 obtuvo el Premio Nóbel de Medicina y Farmacología
por sus trabajos para perfeccionar el sistema de defensa inmunológica
con el que naturalmente cuentan los seres humanos.
En 1945 se trasladó a la Capital Federal para estudiar
en la Universidad de Buenos Aires y en 1956, se recibe su doctorado
en Química y un premio especial por parte de la Sociedad
Bioquímica Argentina.
En
1957 se presentó y fue seleccionado por concurso para
desempeñarse como investigador en el Instituto Nacional
de Microbiología Carlos Malbrán, que atravesaba
por entonces una época de esplendor de la mano de su
director, Ignacio Pirosky. Al poco tiempo de haber ingresado
a dicho Instituto, Milstein partió rumbo a Cambridge,
Inglaterra, beneficiado por una beca. El lugar elegido era nada
menos que el Medical Center Research, uno de los centros científicos
mundialmente reconocidos por su excelencia, y donde trabajaba
Frederick Sanger - Premio Nóbel de física catorce
años más tarde, que fue su director de investigaciones.
Cuando
terminó la beca, las autoridades de aquel centro de investigaciones
solicitaron a Buenos Aires una prórroga por dos años
más, que fue aceptada de inmediato por las autoridades
del Malbrán.
Al
volver a la Argentina, en 1961, Milstein fue nombrado jefe del
recientemente creado Departamento de Biología Molecular
del Instituto Malbrán. En el desempeño de este
cargo, además de dedicarse al trabajo propiamente científico,
fue servir al mantenimiento físico del propio Instituto
Malbrán, fabricando él mismo parte del mobiliario
que se necesitaba para llevar a cabo las distintas prácticas,
o reciclando muebles viejos y ya inservibles; obviamente, las
dificultades presupuestarias se relacionaban en forma directa
con este hecho.
Tras
el golpe cívico militar de 1962, o sea, el golpe palaciego
contra el presidente Arturo Frondizi, el instituto Malbrán
fue intervenido y el trabajo de Milstein perjudicado: diversos
inconvenientes político-institucionales, que incluyeron
numerosas cesantías, perturbaron a su equipo en la etapa
crucial de un programa de estudios muy avanzados para el contexto
de entonces, incluso a nivel mundial. Milstein era uno de los
que no había sido directamente damnificado, aunque ya
estaba cansado de las gestiones y las estratagemas, de las intrigas
y de los comentarios a hurtadillas: todo esto le sacaba la energía
que deseaba dedicar a sus actividades científicas. Y
así, Milstein y su esposa hicieron las valijas y partieron,
otra vez, rumbo a Gran Bretaña. En 1964 estaba nuevamente
en el Medical Research Council de Cambridge, y fue durante ese
mismo año que consiguió los primeros resultados
que dos décadas más tarde lo harían merecedor
del Premio Nóbel de Medicina.
EL
CAMINO HACIA LOS ANTICUERPOS MONICIONALES
Hacia
fines del siglo XIX, se logró establecer que los principales
causantes de las enfermedades son microorganismos (virus y bacterias).
Poco después se lograron identificar una serie de elementos
minúsculos que viajaban por el torrente sanguíneo
persiguiendo a las bacterias, a los virus, ambos agentes infecciosos
provenientes del ambiente exterior, e incluso a pequeñas
porciones celulares pertenecientes al propio organismo. Esta
resistencia natural que todos los seres humanos llevan consigo
sería, muchos años más tarde, rebautizada
con el nombre de respuesta inmunitaria del organismo, se afirma.
Los
principales protagonistas de la lucha son, por el lado del organismo
humano, las células macrófagas, los comúnmente
conocidos como anticuerpos, denominadas "T helper"
o cooperadoras, y las "T killer" o asesinas. Estas
clases de conformaciones celulares deberán vérselas
con el antígeno, el agente extraño que se introduce
en el cuerpo y desata la respuesta inmune. No siempre el sistema
inmune triunfa, y hay veces en que los microorganismos se salen
con la suya, burlando al sistema inmunológico y ocasionándole
al individuo una serie de trastornos orgánicos que pueden
llevarlo a la muerte.
Al
cabo de siglos, los microorganismos han demostrado ser buenos
conocedores de las grietas que ofrecen este sistema defensivo,
y lo suficientemente sagaces como para desaprovecharlas.
Las células T llamadas T helper o cooperadoras, se encargan
de reconocer y codificar las propiedades del invasor y luego
dejan el campo a otro tipo de células, las "T killer"
(asesinas), que serán las encargadas de destruir al virus
o bacteria. Esta operación se repite cuantas veces sea
necesario, hasta vencer al último de los microorganismos.
Una vez destruido el antígeno, o agente invasor, la información
correspondiente queda archivada en el sistema inmunológico,
de modo que el organismo quede bien pertrechado para una posible
segunda incursión. Las especialistas en este trabajo
son las llamadas "T memoria", otra variedad que se
encarga de acumular, procesar y clasificar información
de modo que el organismo pueda responder de inmediato a un nuevo
ataque sin necesidad de tener que atravesar todas y cada una
de las etapas del proceso anterior.
Aunque
estos procesos se producen todos los días, a toda hora
y en cualquier lugar sin que nadie tome debida nota, en más
de una ocasión provocan malestares de índole variada,
dolores, debilidad repentina, e incluso pueden dejar de por
vida huellas visibles sobre la propia conformación de
la piel. Esto es, ni más ni menos, lo que ocurre cuando
las personas enferman.
El período que corresponde al desarrollo de las hostilidades
entre el antígeno invasor y el sistema inmune, coincide
con el tiempo que transcurre desde el momento en que se incuba
la enfermedad, hasta que ésta se rinde ante las defensas
inmunológicas. Cuando la primacía entre los bandos
no está bien definida, es el momento en que las vacunas
y los antibióticos empiezan a jugar un rol decisivo dentro
del organismo.
En
la mayoría de los casos, la función que cumplen
las vacunas es la de incentivar al sistema inmunológico
para que fabrique con un margen de tiempo razonable los anticuerpos
necesarios para posibilitar que las posibles invasiones sean
detenidas en la frontera que separa el cuerpo humano del mundo
externo.
A
pesar de que el mecanismo de respuesta inmunitaria no ha sido
totalmente aclarado por la ciencia, en 1940 Pauling sugirió
una teoría según la cual el organismo poseería
una proteína capaz de amoldarse a cualquier agente invasor.
Si esta suposición es correcta, los anticuerpos específicos
que naturalmente fabrica el cuerpo humano serían algo
así como trajes especialmente diseñados para determinadas
ocasiones, aunque sin una medida uniforme, cuyos talles, sisas
y anchos de manga habrán de confeccionarse en el momento
de la acción. Como las poblaciones de células
defensoras están integradas por una clase variada de
anticuerpos que se hallan naturalmente capacitadas para atacar
distintos puntos del antígeno invasor, han sido denominados
policionales.
El
sistema tiene sus bemoles, tal como sucede habitualmente con
cualquier sistema, y particularmente con los sistemas defensivos.
Su flanco débil está dado precisamente por su
gran capacidad de adaptación: esto constituye una limitación
para el sistema inmunológico, puesto que por esa misma
razón carecen de la afinidad necesaria como para enfrentarse
con los agentes invasores de una forma contundente. En determinados
casos, la falta de especificidad de los anticuerpos policionales
es comparable a la supuesta virtud de aquellos jugadores de
fútbol que tienen la capacidad de amoldarse a cualquier
puesto, pero que en realidad terminan por no jugar del todo
bien en ninguno. Claro que esto sólo queda evidenciado
cuando el rival que tienen enfrente resulta superior.
Hace varias décadas que la ciencia aplicada viene intentando
con diferente fortuna fabricar líneas de anticuerpos
puros en forma artificial, es decir, inmunosueros capaces de
detectar y enfrentarse a una parte específica del antígeno
con la esperanza de poder vencerlo. Para Milstein, esta posibilidad
se fue convirtiendo de a poco en una obsesión que llevó
consigo durante años, hasta que finalmente pudo convertirla
en hipótesis, primero, y en un logro concreto, después,
en los laboratorios de Cambridge y en colaboración con
su colega George Köehler.
Milstein y Köhler debieron ingeniárselas entre 1973
y 1975 para lograr configurar los llamados anticuerpos monoclonales,
de una pureza máxima, y por lo tanto mayor eficacia en
cuanto a la detección y posible curación de enfermedades.
EL
PREMIO NÓBEL
El
gran hallazgo que le valió a Milstein el Premio Nóbel
produjo una revolución en el proceso de reconocimiento
y lectura de las células y de moléculas extrañas
al sistema inmunológico. Los anticuerpos monoclonales
pueden dirigirse contra un blanco específico y tienen
por lo tanto una enorme diversidad de aplicaciones en diagnósticos,
tratamientos oncológicos, en la producción de
vacunas y en campos de la industria y la biotecnología.
En cuanto a sus posibilidades de diagnosis para la realización
de trasplantes, el uso de los monoclonales permitiría
establecer el grado de afinidad entre los órganos y el
organismo receptor, de tal modo de diagnosticar de antemano
si el órgano trasplantado sufrirá o no rechazo.
CIUDADANO
ARGENTINO BRITÁNICO
En
1983, Cesar Milstein se convirtió en Jefe y Director
de la División de Química de Proteínas
y Ácidos Nucleicos de la Universidad de Cambridge.
Para entonces, Inglaterra lo había adoptado como ciudadano
y científico, por lo que iba a compartir con la Argentina
el honor del Premio Nóbel que Milstein obtuvo en 1984,
compartido con Köhler, por el desarrollo de los anticuerpos
monoclonales.
Cesar Milstein continuó trabajando en el Laboratorio
de Biología Molecular de Cambridge, aunque visitaba la
Argentina con bastante frecuencia, tanto por razones científicas,
entre 1965 y 1970 o bien familiares, entre 1973 y 1975. En 1987
fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Bahía
Blanca y recibió el título de Doctor Honoris Causa
de la Universidad Nacional del Sur.
Entre sus venidas a la Argentina, fue invitado a inaugurar,
en mayo de 1984, en la ciudad de Buenos Aires, la Cátedra
abierta de Ciencias y Filosofía ¨Florentino Ameghino¨
.
El
24 de marzo del 2002, muere en Cambridge, Inglaterra, víctima
de una afección cardíaca, tenía 74 años.
FUENTES:
páginas de ciencias, calendario porteño, fuentes
propias.
Caracteres:
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